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Publicado el 08/06/2019
Buena parte de la salud de nuestro sistema digestivo depende de un delicado equilibrio entre las bacterias beneficiosas y las potencialmente patógenas. Las primeras, las “bacterias buenas” ayudan a digerir correctamente los alimentos, a mantener un pH equilibrado y actúan como barrera ante la proliferación de patógenos. Pero la importancia de mantener un buen sistema digestivo va mucho más allá: interviene en la salud de nuestro sistema inmunitario. De entrada, podríamos pensar que el sistema inmunitario y el intestino no tienen nada que ver, pero en realidad comparten una estrecha relación.
Entre el 70% y el 80% de nuestro sistema inmunológico reside en el intestino; por ello no es de extrañar que cada vez haya un mayor interés en investigar su relación con el sistema digestivo. Y es que si bien un sistema digestivo saludable es fundamental para garantizar una buena salud, cada vez más se demuestra que también puede ser de gran ayuda para reducir el riesgo de infecciones o incluso para mejorar el proceso de curación de algunas enfermedades.
El cuerpo cuenta principalmente con dos barreras de defensa: la piel y las mucosas. Dentro de los diferentes tipos de mucosas destaca la mucosa intestinal, que juega un papel clave, pues en esta zona del cuerpo el riesgo de ser atacados y contraer infecciones es elevado. Todos sabemos que no vivimos en un entorno estéril, por lo que frecuentemente ingerimos bacterias perjudiciales, ya sean las que pueden estar presentes en los alimentos o los gérmenes que se encuentran en nuestras manos, en cubiertos o en los vasos que usamos.
El sistema digestivo es una auténtica maravilla, una máquina perfectamente construida que nos protege y nos cuida. Algunos autores lo definen como un ecosistema, debido a la cantidad de bacterias, células y otros microorganismos que residen en él, especialmente en la boca, el intestino delgado y el grueso. En cuanto a nuestra flora intestinal, que se conoce también como microbiota, al igual que en cualquier ecosistema, es importante mantener su equilibrio natural. Asegurando su bienestar, conseguimos que nos ofrezca grandes beneficios, mientras que si no la cuidamos correctamente puede causarnos un malestar transitorio o incluso crónico.
Los mecanismo de defensa del sistema inmunitario intestinal, que limitan el acceso de sustancias nocivas, están integrados por diversos elementos como enzimas digestivas, el epitelio intestinal y las bacterias que constituyen la flora intestinal.
La flora bacteriana es la primera barrera de defensa. Su papel es clave tanto para luchar contra agentes invasores que entran en nuestro organismo, como para mantener limpio el espacio para impedir su proliferación. Convive con las células inmunitarias, que colaboran en la lucha contra los atacantes externos, evitando que sean absorbidos y lleguen a la sangre. De este modo, contar con una microbiota intestinal equilibrada nos ayudará a que cumpla todos los requisitos para que nos podamos beneficiar de sus efectos, tanto a nivel metabólico como inmunitario.
En el intestino delgado las bacterias ayudan a las enzimas digestivas, que son las encargadas de romper los alimentos para una mejor absorción de sus vitaminas, minerales y otros nutrientes, incluyendo aquellos que son vitales para un buen funcionamiento del sistema inmunitario. Cuanto más saludable tengamos nuestra microbiota, mejor trabajará y mejor podremos aprovechar las propiedades de los alimentos. Por ejemplo, no importará cuántas naranjas comamos si no las podemos digerir correctamente y, por tanto, sacar todo el beneficio de su vitamina C.
Cualquier sustancia tóxica que llegue al intestino delgado, especialmente bacterias patógenas, será recibida por componentes de nuestro sistema inmunitario, que la identificará y marcará con antígenos antes de poder traspasar la mucosa. Los antígenos provocarán la formación de anticuerpos y activarán la respuesta inmunitario del cuerpo, con la consecuente cascada de síntomas como por ejemplo la fiebre. Las bacterias permiten que el cuerpo aprenda a controlar la respuesta inmunológica proinflamatoria, lo que se traduce en síntomas menos agudos frente a una infección.
Por otro lado, las bacterias beneficiosas que se encuentran en el intestino también cumplen la función de inducir a nuestro sistema inmunitario a estimular la maduración y la diferenciación de anticuerpos. De este modo, las células inmunizarais que se alojan en el intestino son capaces de distinguir entre patógenos invadidos y antígenos procedentes de las bacterias comensales que residen en nosotros.
Nuestra microbiota también interviene en la síntesis de sustancias inmunológicas como las citoquinas o la Inmunoglobulina A. Esta última tiene un papel especialmente importante, ya que se encarga de controlar la colonización de microorganismos patógenos y evitar que aniden en las mucosas.
En otras palabras, nuestra flora bacteriana actúa como un entrenador particular de defensa personal que mantiene en alerta al cuerpo ante el ataque de cualquier agresor.
En definitiva, un sistema digestivo saludable nos ayudará a prevenir y tener una mayor resistencia frente a enfermedades. Además, un buen equilibrio de la flora bacteriana intestinal permite que las células inmunizarais estén disponibles para luchar contra infecciones que puedan producirse en otras zonas del suerpo, como por ejemplo en el sistema respiratorio.
Todos hemos oido hablar en los últimos años de los probióticos y los prebióticos. Explicándolo de una forma extremadamente sencilla, cuando tomamos probióticos estamos ingiriendo más bacterias beneficiosas para nuestro intestino, mientras que cuando tomamos prebióticos estamos proporcionando alimentos a estas bacterias.
Sin embargo, poco se habla de otra opción igual de importante para ayudar a nuestro sistema digestivo a gozar de buena salud: propiciar un buen entorno para que las bacterias puedan desarrollar sus funciones. Para un correcto desarrollo y funcionamiento de la microbiota es clave mantener un buen medio que cuente con un pH ligeramente ácido, alejar las sustancias perjudiciales y reducir las toxinas (evitando alimentos como el azúcar, procesados, alcohol o bebidas estimulante, entre otros). La alimentación y algunos complementos alimenticios pueden ayudarnos a generar este entorno.
El ácido láctico es conocido por el papel destacado que tiene en la alimentación. En la fermentación de alimentos, este compuesto contribuye a la inhibición de las bacterias causantes del deterioro de los alimentos. Pero dentro de nuestro organismo el ácido láctico (L+) puede ser muy beneficioso, ya que favorece la colonización y el crecimiento de las bacterias. Principalmente las bacterias del orden Lactobacillales producen ácido láctico como producto de su fermentación, y éstas mismas lo aprovechan para su proliferación. Una dosis extra puede ayudar a nuestra flora intestinal, pues además el ácido láctico L(+) controla el pH en el intestino y ayuda a las enzimas digestivas en su proceso metabólico.
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